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Política lingüística y visión del indio

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No sé si conoces estas palabras de Humberto López Morales: “cuando se revisa lo ocurrido con la política lingüística de castellanización de España en América sólo es posible hablar de rotundo fracaso”. Pero, añade este investigador que “la política de la Iglesia, sin embargo, fue todo un éxito, pues no sólo se conservaron y se cuidaron las grandes lenguas indígenas generales, sino que se extendieron considerablemente sus límites geográficos”.
En efecto, la primera afirmación se sustenta, entre otras razones, en el hecho de que como tal, no existió una política lingüística de la Corona española; más bien se fue resolviendo según las opiniones y recomendaciones de distintas autoridades y asesores en Indias. Otra prueba de ello es que antes de la independencia la castellanización de la población autóctona estaba muy lejos de ser general. Curiosamente, serán los procesos de poder criollistas los que se encarguen de llevar a cabo la empresa en la que España no consiguió plenitud de resultados: la expansión del castellano a costa de las lenguas autóctonas. Esto puede parecerte paradójico, pero tiene su explicación aunque hablaremos de ella en otra ocasión.
Respecto a la segunda  afirmación – el éxito de la política lingüística seguida por la Iglesia-, aunque la Iglesia oficial no siempre fue partidaria de las lenguas nativas, lo cierto es que las órdenes religiosas que estaban insertas en el mundo indígena y distribuidas por toda la geografía americana, fueron eficaces instrumentos para recopilar las lenguas autóctonas, sistematizar su enseñanza y aprenderlas. Por lo tanto, buena parte del mantenimiento y vitalidad de las lenguas -no solo las consideradas como lenguas generales– tienen detrás la labor de una orden o de un individuo que la aprendió y escribió una gramática, vocabulario o alguna otra obra en ella.

Analizar conforme a los resultados actuales la complejidad de la política lingüística seguida en Hispanoamérica, pasada o presente, no permite quizás utilizar términos tan tajantes como fracaso o éxito, sobre todo porque hay que precisar puntos de vistas e intereses en ocasiones discordantes. Mientras que los territorios americanos dependieron de España, hay que identificar intereses distintos en el ámbito urbano y en el mundo rural y, por lo tanto, opiniones dispares en la política lingüística a seguir. La ciudad tiene una fuerza integradora y es el escenario en que se consolida la sociedad criolla; el campo es donde la acción evangelizadora se extiende sin determinantes sociales.
Tras la independencia, los intereses de las clases criollas (promotoras y protagonistas de esos procesos) y las comunidades indígenas no iban siempre en consonancia; de nuevo surgen discordancias o falta de coherencia entre las propuestas prometidas y la realidad de la acción política y muchas de las promesas de los ideales y  manifiestos insurgentes quedaron en el vacío. Tras doscientos años de independencia americana, estas comunidades siguen marginadas y las lenguas autóctonas, incluso las más utilizadas, viven hoy con graves problemas de dispersión y estimación social.
Creo que en este asunto, estamos ante un tema básico de la interacción entre individuo y sociedad. Del conocimiento o no de una lengua depende la integración plena de un individuo en la sociedad; por ello, tan perjudicial es forzar el uso de una lengua como obligar a su desconocimiento. Quiero decir con esto que, repasando los procesos históricos de independencia, nos encontramos cómo en ocasiones se mantiene al indio en su lengua, con la excusa de defender lo tradicional, y con ello se le impide acceder a otras posibilidades sociales que no sabemos si quiere o no, pero sobre las que en realidad no puede elegir.
Este “paternalismo lingüístico indigenista” no es solo propio de movimientos del siglo XIX, sino que ya fue insinuado contra la actuación de las órdenes religiosas, especialmente las más celosas en la preservación del indio en su mundo y su segregación de la sociedad criolla, como fue la acción de los jesuitas. En este sentido, se  ha cuestionado la idea de la “conveniencia” de que el indio no supiera español, de la protección excesiva del indio, considerado como un niño al que hay que tutelar para que no se emancipara. En concreto, Robert Ricard ha  expresado que algunas órdenes tenían, aunque de una manera inconsciente, un secreto deseo de dominación. De esta forma, la barrera lingüística era “saludable” porque evitaba la posible emancipación del indígena, para la cual el aprendizaje de la lengua española era un primer paso necesario.
Mientras se mantuviese la barrera lingüística, ellos eran los indispensables intermediarios entre los indios y los funcionarios civiles, entre los fieles y la autoridad episcopal, eran los jefes y señores de sus feligreses, ya habituados a una obediencia dócil por su larga servidumbre precortesiana. Una excesiva tutela y protección, hizo comunidades “idílicas” y autosuficientes de indios guiados espiritualmente en la fe, pero aislados del mundo.
Actitudes de este tipo colaboraron a la creación y consolidación de comunidades indígenas protegidas, pero no independientes, pues su conexión con el mundo exterior se articulaba a través de la figura imprescindible del religioso. El problema adquirió tintes dramáticos cuando las órdenes religiosas desaparecen, bien por expulsión -caso de los jesuitas- o por persecución tras los procesos de independencia. En esos momentos, el indio protegido se encontró de golpe con la sociedad criolla del XVIII, un mundo hecho en el que tenía escasas posibilidades de encajar. Así lo expresa Ricard:
“La cosa no ofreció mayores inconvenientes mientras los religiosos estuvieron entre ellos, puesto que su presencia remediaba este aislamiento: protegían a los indígenas contra los abusos de los funcionarios y en general de todos los españoles, servían de intermediarios entre el episcopado y las autoridades laicas, vigilaban la prosperidad material y moral de la comunidad de que estaban encargados. Pero el día en que fueron obligados a marcharse, los indios ya no tuvieron protectores, ni intermediarios, ni consejeros, ni directores; se encontraron bruscamente aislados, miserables y sin defensa”.

El aislamiento se ha sentido siempre como la causa fundamental para las dificultades del indio a la hora de incorporarse a la vida política nacional; de hecho “incorporar al indio a la vida nacional” fue ...

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