Para hacer la historia lingüística del español de América, necesitamos materiales que nos permitan fundamentar el estudio del español americano. Es imprescindible –y, sobre todo, muy gratificarte– la consulta y manejo de los documentos reales, históricos, que nos describen fielmente y paso a paso, cómo se construyó la vida criolla indiana y cómo sus protagonistas supieron expresarse y contarse a sí mismos. Desde los primeros momentos del descubrimiento, la crónica va a ser el vehículo, con larga tradición medieval, que cuente el desarrollo de los acontecimientos, pero desde ese molde histórico y ante la magnitud del Nuevo Mundo descubierto, los tipos documentales irán proliferando en cantidad y variedad.
Lo que conocemos de esa historia es mínimo, si atendemos a lo que aún podemos conocer. Los fondos documentales son ingentes, y en algunos casos de proporciones desconocidas (aunque no lo creas, son muchos los archivos no inventariados aún en tierra americana); pero incluso los ya conocidos y divulgados, sólo han sido revelados en algunos de sus aspectos y nos han mostrado solo parcialmente su riqueza. No ocurre lo mismo en el caso de los estudios de Historia de América, donde se han analizado con diligencia y eficacia buena parte de los fondos existentes que en algunos casos han sido publicados, aunque lamentablemente para el filólogo en edición modernizada, con lo que perdemos la mayor parte de la información. Es más, incluso mucha documentación transcrita paleográficamente ha sido hecha con criterios que no son válidos para la investigación lingüística.
Así pues, el estudio lingüístico adolece de una precariedad de corpora documentales transcritos paleográficamente, que sirvan de base al filólogo para reconstruir esa etapa de nuestra historia lingüística que sólo parcialmente y de manera aproximada conocemos hoy. Lo singular de esta cuestión es que actualmente nadie parece discutir el valor de las fuentes documentales históricas para la reconstrucción lingüística, como podemos observar en algunas de las colecciones publicadas y aunque se hacen esfuerzos por difundir, en muchos casos las colecciones son para el uso privado de grupos de investigación que las han hecho.
No merece la pena entrar en detalles de lo que no se ha hecho y sí insistir en la situación actual: ausencia de prioridad en las áreas de investigación y desarrollo tecnológico, débil o nulo apoyo hacia esta temática por parte de las instituciones educativas y culturales, etc. en contraste con otros datos objetivos y alentadores: el número de alumnos interesados en cursar esta asignatura en algunas universidades, o el número de usuarios hispanos del mercado informático en todo el mundo.
Todo ello nos hace sentir hoy que aún tienen validez lamentablemente las palabras que hace medio siglo pronunció el profesor Lope Blanch:
“Necesitamos, por consiguiente, disponer de textos enteramente fidedignos, que reproduzcan con exactitud todo y sólo lo que escribieron los cronistas del Nuevo Mundo, sin reconstrucciones personales ni modernizaciones caprichosas”.
En próximas entradas iremos viendo cómo se ha avanzado y de qué repertorios documentales disponemos hoy para estudiar la historia del español americano.
Bibliografía citada:
Lope Blanch, Juan M. La filología Hispánica en México. Tareas más urgentes, México, UNAM, 1969, pág. 15.
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